Desde fuera no parece todo lo que es. Sorprenden sus formas, el conjunto abierto a tres caras y la techumbre cubierta de barro, con ciertos aires asiáticos, pero dentro es cuando uno se queda con la boca abierta. Es más grande de lo que aparenta y los magníficos nervios, que son garbones de cañas bien unidos, y las bóvedas que sujetan, también de cañas, evocan enseguida el recuerdo de líneas constructivas de Gaudí, o, más cerca, las de edificios de Calatrava.
Cuando lo comentamos, Fernando Gómez exclama: «Bueno, nosotros cobramos algo menos». Y tanto menos. Como que estos 40 metros cuadrados de cabaña son obra de un grupo de parados de Paterna y para hacerla no han gastado más que en comprar el cordel que sujeta las cañas y algunos sacos de cal para el tapial de los cimientos.
Fernando hace de portavoz de un grupo que está constituido también por Francisco Garrido, Víctor Miralles, José Hernández, Vicente Gómez y Álvaro Campos, más la colaboración desinteresada de Luis Contreras, un joven arquitecto técnico que es quien les ha hecho el diseño de la gran cabaña que han construido y les ha calculado proporciones, cargas y grosores para que todo saliera bien.
El grupo lo componen los resistentes de otro más numeroso que hace dos años y medio realizó un sonado encierro de mes y medio en el Ayuntamiento de Paterna.
Casi todos eran -y son- parados de la construcción y de sectores afines (carpinteros, herreros, cristaleros, etc.) Lo que pretendían es que el consistorio les cediera unos campos de propiedad municipal para intentar reciclarse como agricultores. La reivindicación incluía que algún técnico les adiestrara en labores que eran bastante desconocidas para casi todos ellos.
Un largo encierro
Cuenta Fernando Gómez que «llegamos a un acuerdo con el alcalde, Lorenzo Agustí, pero luego resultó que cuando lo iban a aprobar en el pleno habían cambiado los conceptos y les dijimos que no era lo que queríamos». El ayuntamiento pretendía «dejarnos unos terrenos como huertos de ocio e imponernos la obligación de que no pusiéramos a la venta lo que produjéramos». Pero eso «no era lo que buscábamos, sino reciclarnos de verdad, hacernos agricultores y buscarnos la vida; por supuesto vendiendo lo que cultivamos, como estamos haciendo».
Tras aquel encierro de 45 días «ganamos la partida». El ayuntamiento les cedió el uso de unas parcelas de huerta junto a la V-30 que lindan con la acequia de Tormos y están cerca del encauzamiento de hormigón del barranco de Endolça, que cierra el paso a personas ajenas al reducto. De los promotores iniciales quedan los seis actuales, «porque esto del campo es duro y muchos no aguantan», pero los que están lo hacen con el convencimiento de que «nos podemos ganar la vida, aquí nos lo pasamos bien y no andamos por ahí calentándonos la cabeza porque no salen oportunidades de nuestras ocupaciones anteriores».
Lo viven tanto como una vuelta a la naturaleza y a la producción de la comida propia, que optaron por los medios de cultivo ecológico, «que no es tan difícil de seguir»; han aprendido a alternar producciones, a intercalar hierbas aromáticas que ahuyentan algunas plagas y a respetar a los insectos útiles que combaten a los dañinos. En ello han tenido buen papel los técnicos en la materia que les han enseñado el oficio. Ahora «ya no nos hace casi falta ayuda, hemos aprendido a hacer de todo y hasta preparamos nuestros propios semilleros de planteles de tomates, berenjenas, pimientos… Hay que ahorrar en todo lo que se pueda, y a la vez resulta muy satisfactorio».
El ayuntamiento les aprobó también una subvención de 12.500 euros al año para dos ejercicios, al objeto de consolidar su independencia, comprar herramientas, prepara los terrenos, etc. A partir de ahora ya no tendrán más apoyo económico, pero no les importa, porque «no queremos estar subvencionados, pretendemos ser autosuficientes y vamos a formar una cooperativa; da igual lo que ganemos, nos lo repartiremos, y si no hay para más, pues lo que quede». No les da miedo embarcarse en su pequeña aventura empresarial.
Del menguante de enero
Además de autoabastecerse, venden las hortalizas en el Centro Medioambiental Julia, situado en la huerta más próxima al pueblo. Cuentan con clientela más o menos fiel que valora la diferenciación de sus artículos, y eso les anima a seguir. Ahora cultivan ocho hanegadas, pero pronto tendrán más, porque están llegando a acuerdos con propietarios de campos cercanos que ya no los trabajan y prefieren alquilarlos por módicos precios y que se mantengan limpios.
Para redondear el proyecto se pusieron a construir un centro que sirviera para guarecerse del sol, el frío o la lluvia y que al mismo tiempo haga en el futuro de ‘aula de la naturaleza’ para enseñar a escolares lo que es la agricultura ecológica y la vieja huerta. Así nació esta original bioconstrucción, la gran cabaña bioclimática, hecha sólo con elementos de alrededor: cañas del río y de la acequia, arcilla de donde la sacaban los antiguos alfareros de Paterna, barro del campo…, cultivaron cáñamo que trituraron y mezclaron con la arcilla, para dar consistencia a la cubierta… Y muchas horas de trabajo.
Ahora enseñan a manejar las cañas a compañeros de otros sitios, como Godella. Pero hay que cortarlas en la luna menguante de enero. Así pueden durar siglos.
Fte: Las Provincias
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